18.11.14

AFIP

¡Que difícil es la vida del humorista! Salvo la del privilegiado escritor y dibujante, y quien hubiese sido zombi en su tiempo para desgarrar su negro cuero cabelludo y deleitarse con las delicadas tonalidades de sus exquisitos, ingeniosos, prolíferos y rosados sesos.
Es por demás complicada la labor del humorista de a pie, de la persona común que tal vez en una tertulia o por un medio como el presente intenta arrancar una sonrisa del público, no digo ya una carcajada, como esas que nos sacaba todas las semanas el popular Negro, y que en el Olimpo le conserven imperecederos cada uno de los dedos, o al menos los de la mano que emanaba esas desopilantes viñetas que a uno le hacían reír los huevos sin necesidad de llegar al (siempre épico) final de la historieta, en la antepenúltima página de la revista Viva.
Si bien ya es difícil para el humorista terrenal, me permito suponer que incluso al gigante y canalla autor de obras maestras de la literatura universal tales como El Área 18 y Best Seller se le hubiese dificultado vivir en una época donde en la realidad misma ocurren cosas del tenor de la que paso a relatar.

En el marco de las investigaciones de la AFIP con el objetivo de desbaratar las bandas de malechores que trafican el dolar ilegal, también llamado dolar azul, es decir, el que resulta del libre cambio de dólares por pesos argentinos sin andar contándole nada a nadie, ni pagando impuestos, ni comisiones, ni derechos de mercado, ni ganancias, ni declarando de dónde vienen los pesos, a dónde van los dólares, ni menos aún andar declarando si los participantes de la transacción alientan a la Academia o por el contrario tienen sometida a bajas temperaturas la zona pectoral, etcéteras. Decía que en tal marco se hicieron unos cuantos allanamientos, que fueron en alguna medida fructíferos, según la óptica de quien los contemple. Otros fueron objetivamente (para cualquiera de los involucrados) una barrabasada, un despropósito, un disparate, o más lisa y llanamente: una pelotudez. Y dentro de estas pelotudeces, sin duda la mayúscula fue el allanamiento del kiosko Serapio, especializado en la comercialización de pebetes y triples de miga. Nos refieren fuentes que jamás nombraríamos por respeto a la privacidad y para resguardarlos de posibles represalias por parte de la AFIP, pero que si nos apretaran las bolas no dudaríamos ni lo que tardan en hacer el amague en decir que son Infobae y Gonzalo Mendez Ramirez. Era este último, quien despotricaba de la siguiente manera “ahí es donde yo compro los sambuches, que hijos de puta que son, inoperantes de mierda” y por lo abultado de su abdomen podemos inferir que son deliciosos y ricos en hidratos de carbono. No obstante lo cual, aunque dieramos vuelta al individuo y lo sacudiéramos varias veces, no saldría ningún dolar azul, ni verde de sus bolsillos, ya que mayormente intercambia sus pesos por pañales y comida para su enorme y bien parecido hijo, en operaciones enmarcadas con amplio margen en la legalidad.

Cuenta Norberto, el dueño del local, que ante la demanda de las fuerzas de la ley y el orden por ver “los archivos” y “la mesa de operaciones” les mostró el freezer y la mesa donde se preparan los sándwiches de jamón y queso respectivamente.


12.11.14

Candombe

Laten los pianos un ritmo telúrico. El repique en las lonjas resuena en los cuerpos, ora en sincronía, otrora en síncopa y de las jetas brotan sonrisas, como porotos de la chaucha. Vaya a saber uno si el pentagrama que dibujan los palos y los dedos en los tientos entra en fase con los hipotálamos y los hace bombear alguna endorfina. Ahora a los bailarines de la comparsa se les suman los improvisados: alguno dirá después que los tambores se comunican, que el piano llama al repique que el repique a otro piano y este a un chico y el chico al repique, o al piano, y que la gente responde a la llamada. Hasta un lactante en los brazos de su madre agita los propios en protocolar respuesta al convite, acaso sea esto una suerte de bautismo afro que lave el pecado original de haber nacido más bien del color de la raza expoliadora. De cualquier manera, ahora avanzan los tambores, colgados de los hombros de los alquimistas de la endorfina, o de la dopamina, que son veinte y van de cuatro en fondo, en bloque como una tortuga romana. Los bailadores originales y los nóveles, en consecuencia, rajan como un cardumen, se dispersan y por ahí más tarde armen un trencito cuando ya la bulla se desconche del todo y después pedirán otra y otra. Una vez responderán que sí, otra no. Pero antes, de a poco en el mientras tanto, se pianta por un costado un globo colorado, arrastrado a veces por una brisa enclenque, más que nada quieto, como un payaso de esos que, si uno les presta atención, tienen la lágrima abajo del ojo.