15.3.10

Ética Laboral

Llega un momento en la vida de la mayoría de los hombres de bien en el cual deben empezar a trabajar para conseguir sustento. Cualquiera sea su nivel de estudios y el estrato del nuevo trabajo a desempeñar, se manifiestan radicales cambios en la vida del individuo, cambios tan capitales que pueden resultar traumáticos en muchos aspectos.
Para empezar, el novel trabajador debe enfrentarse a una nueva dimensión de relaciones interpersonales, las llamadas relaciones laborales. Se le abre de par en par un universo de nuevas personas a las cuales no puede, como hacía habitualmente, mandar al carajo sin más ni más cuando le apetecía o bien golpear hasta la inconsciencia si la primera alternativa no era suficiente. El individuo debe aprender a ocultar sus sentimientos y emanar respeto de todos los poros de su cuerpo, aunque en su interior sólo quiere repartir salivazos en la cara de todos los que lo rodean. Un ejemplo práctico y conciso de un buen comportamiento, como sugería en su momento el efímero blogger Gonzalo Mendez, sería saludar al jefe con la siguiente locución: "¿Qué hacés, puto?" Suena amistoso, pero le estás diciendo "puto" al jefe, abundaba la misma fuente. No se profundizará sobre este particular dado que cientos de árboles ya han perdido su vida en pos de relaciones laborales mejor comprendidas.
Tampoco es el objetivo de este pequeño artículo tratar las no menos importantes nuevas responsabilidades como ser: levantarse a la mañana todos los putos días, marco legal del trabajo (así como el ser humano no puede escaparle a la medicina a pesar de no haber estudiado ciencias médicas, menos que menos puede rehuirle al derecho a pesar de no haberse quemado las pestañas en ese ramo), trámites relacionados con la obra social, etc. Ya todo ha sido pensado y repensado por otros cráneos seguramente más brillantes, o al menos no tan opacos como el del que suscribe, incluso (conjeturo) se habrán pergeniado estrategias y contraestrategias basadas en este tema para aumentar la productividad, para aumentar la creatividad de los empleados, para aniquilar la competencia y para la mar en coche de etcéteras.
Pero todos callan un aspecto ineludible en el cotidiano trajinar de la masa proletaria: el asunto del baño. Tal vez parezca a priori una nimiedad, una cuestión de escasa importancia, y en efecto seguramente lo es, sin embargo ¿cuál es la manera más efectiva de utilizar el recurso compartido? Por ejemplo: si un trabajador va a hacer lo primero (entendiendo por "lo primero" una forma refinada y gay friendly de lo que más comúnmente se denomina "echarse un cloro" o más sintéticamente "mear") ¿debe dejar la puerta abierta o cerrada? Si la deja abierta corre el riesgo de distraer a sus colegas de sus menesteres con el ruido fruto de la turbulencia urinal originando comentarios referidos a la duración o la intensidad del chorro en cuestión, lo cual distrae a las personas del objetivo que es agregarle valor a la materia y por lo tanto atenta contra la productividad de la empresa. Por otra parte si se deja la puerta cerrada el resto del plantel podría pensar que en realidad está haciendo lo segundo (entendiendo por "lo segundo" una forma mucho menos creativa y mucho más ñoña de "despedir un amigo", "cagar una liana", "soltar lastre", "torpedear con caca" o "eyectarse") lo cual genera la obvia reacción de esquivar el baño hasta tanto se disipen los nauseabundos efluvios que se adivinan (aunque erróneamente) dentro del mismo. De más esta decir que el obrero que no puede descargar la vejiga automáticamente sufre una merma en su desempeño.
Habiendo aún mucha tela por cortar en el tema, debo abandonarlo porque la noche está ideal para apoliyarla.